Disfrutar de una película se ha convertido en un ritual; se preparan botanas y bebidas preferidas; se busca un filme en una larga lista que cada vez se amplía más; se elige el lugar más cómodo de la sala; eso era inimaginable. El cine Victoria es uno de los iconos de centro histórico. Localizado en la esquina de la 16 de septiembre y Francisco I. Madero ha sido víctima de vandalismo y algunos intentos por restaurarlo. En su momento fue uno de los cines gigantes que en Ciudad Juárez que congregaban a las generaciones fronterizas de ataño para disfrutar las películas del cine de oro mexicano asi como las grandes producciones de Hollywood.
Se data que en 1945 tuvo un aforo para 1700 personas, su pantalla de 10 metros de ancho era considerada de las más grandes del país y sus muros diseñados y construidos con la más avanzada tecnología en acústica, lo que lo hizo formar parte de las décadas de oro de Ciudad Juárez, donde el turismo estadounidense y de todos lados acudía a esta frontera, aunque por décadas se exhibieron lo mejor del cine mexicano y cintas norteamericanas, al final de sus días su propósito inicial cambió para terminar exhibiendo pornografía, seguir en decadencia y finalmente cerrar sus puertas. Así, tras 49 años de brindar entretenimiento, sus últimas películas fueron proyectadas el 7 de junio de 1994. Se trataba de las cintas de tercera Pensamientos Eróticos y Desnuda tras las rejas.
Después de ese año, durante más de 20 años gobiernos municipales y estatales han intentado rescatarlo y hasta convertirlo en la sede de la Cineteca Nacional en la frontera, pero todos han fracasado. Pertenece a la familia Devlin, que a finales del 2008 lo cedió en comodato por 30 años al municipio. Anteriormente el edificio perteneció a don Inocente Ochoa, quien estableció los primeros tranvías de tracción animal entre Juárez, Chihuahua y El Paso, Texas. Dio albergue y despacho al presidente Benito Juárez en los tiempos de la Intervención francesa, entre 1865 y 1866, y fue vivienda temporal para el presidente Porfirio Díaz, durante su estancia para la reunión con el presidente William Howard Taft en 1909.
El monumento de las risas y las lágrimas que mostraba experiencias ajenas a todos sus invitados ahora queda como un recuerdo fantasmal de compañías fortuitas, olor húmedo, palomitas de maíz y alimentos de contrabando que aún se puede sentir.